Desde ayer en la noche tengo esa sensación que los doctores llaman «miembro fantasma». Algo que ya no está parece que sigue ahí. Cuando uno está enamorado puede darse el lujo de soñar y pensar y tener la sensación de que alguien lo abraza en la noche, sobre todo cuando ese otro también está enamorado de uno, entonces todo es bueno, todo está bien.
Si no es el caso las cosas cambian un poco… tengo la sensación de algo que no existe, sé que no existe, sin embargo es algo que no se quita especialmente porque se sentía bien.
Hoy fui al cine sola, como siempre. Solo que esta vez podía tomar el teléfono e invitar a alguien que probablemente me diría que sí iba conmigo, a diferencia de todos los días del año en el que le puedo pedir a cinco –sí, cinco (5)- personas si quieren ir conmigo a ver una película u obra de teatro y todas, sin excepción, me digan que no pueden o que no quieren por cualquier razón.
Hoy podía ser diferente y no quise porque sé que dentro de una semana todo volverá a ser igual: nada habrá cambiado… seguiré yendo sola al cine y si le invito a alguien una cerveza me va a decir «mejor en otra ocasión», por eso mejor me tomo las chelas viendo la tele. No me desagrada esto. Tiene la ventaja de que puedo ver la película que yo quiera a la hora que quiera y que puedo tomar la chela que quiera como quiera y que, si al segundo trago me da asco, puedo tirarla (¿y qué y qué?).
Realmente yo sabía lo que iba a pasar porque pasa, es el script y hay que apegarse a él.
Lo lamentable es que el breve encuentro solo me hizo recordar algo que verdaderamente quiero y los términos en los que lo quiero. Estoy dispuesta a esperar por ello, porque no serán medias tintas ni para pasar el rato. Ya no quiero solo pasar el rato. Hasta ahora esto que resulta agradable, refrescante y que puedo disfrutar aunque sea un momento es eso: un momento, humo y espejos.
Haciendo historias 